Jubileo de los Jóvenes Agosto 2025

Jubileo de los Jóvenes Agosto 2025

"Señor... ¿En serio? ¡Solo Tú mueves tanta gente!"

Dicen que el verdadero peregrino no es el que llega rápido, sino el que se deja transformar por el camino. Así vivimos nuestro Jubileo de los Jóvenes: con el corazón abierto, los pies cansados y la mirada fija en Aquel que nos llamaba a cada paso.

El Jubileo es, desde hace siglos, un tiempo especial de gracia que la Iglesia concede para renovar nuestra fe, reconciliarnos con Dios y abrirnos a su misericordia. Es atravesar simbólicamente un umbral: la Puerta Santa. Dejando atrás el pecado y el peso que nos impide vivir plenamente, y entrar en una vida nueva, guiados por Cristo.

Este 2025, Roma fue un corazón que latía al ritmo de un millón de jóvenes venidos de todos los rincones del mundo. Cantos en mil idiomas, banderas que parecían abrazarse en el viento, miradas encendidas... todos celebrando lo mismo: a Dios y esa nueva oportunidad que nos concede porque nos ama. Entre esa multitud, nuestro pequeño grupo caminó como una familia, sosteniéndose, cuidándose, orando.


"Señor... ¿En serio? ¡Solo Tú mueves tanta gente!"

Diana dejó escapar una frase que quedó grabada en mí: "Señor... ¿en serio? ¡Solo Tú mueves tanta gente!" Y tenía razón. Solo Él puede reunir a tantas almas distintas en un mismo lugar, con un mismo amor y un mismo propósito, con un mismo espíritu.

Éramos un grupo de almas distintas, unidas por la fe y por la certeza, cada uno fue esencial e importante en este caminar:

Diana con su dulzura y perseverancia, nos recordaba que incluso en los momentos más duros siempre hay un motivo para sonreír y seguir adelante. Incluso en la pérdida de sus cosas para acampar, nos enseñó que la fé no depende de lo que tenemos, sino de a Quién tenemos.

Caro era como un refugio viviente, en ella se sentía la ternura de Dios. Caro irradiaba empatía, hermandad y solidaridad, abrazando a todos con palabras y gestos que daban descanso al alma.

Matyas caminaba con calma y firmeza, guiándonos entre multitudes y recordándonos con su vida y su ejemplo lo que es amar de verdad a Dios, a la pareja y a los amigos.

David, de corazón bueno, nos regalaba momentos de descanso con su hierba mate, y con su manera de querer nos enseñó que la amistad también es un sacramento cotidiano. 

Giovanna, con su canto fuerte, bello y sincero, llenaba de oración el aire; su voz no era solo música, era fe convertida en sonido y con sus palabras acertadas y su fe nos devolvía la fuerza.

Adela, sosteniendo con amor a la Virgen de Guadalupe, nos cuidaba, nos consentía, y sus oraciones y confianza en Dios, parecían enderezar el rumbo cada vez que algo se complicaba.

Hermana Barbara, siempre atenta, organizada, fue la brújula espiritual del grupo. Con su organización, dedicación y amor, siempre tenía a Dios presente en cada decisión y nos recordaba que la meta no era solo llegar a Roma, sino caminar juntos hacia Él.

Visitamos y cruzamos tres Puertas Santas:

  • Santa María Maggiore, la puerta del consuelo materno, donde dejamos nuestras cargas a la Virgen y rezamos junto a la tumba del Papa Francisco, agradeciendo su vida y la nuestra.
  • San Pablo Extramuros, la puerta de la misión, donde pedimos la pasión y la valentía del apóstol para anunciar el Evangelio en el mundo.
  • San Pedro, la puerta de la fe. Fue un momento para renovar nuestra confianza en Él, no perder la calma y recordar que nuestra fe está firme sobre una roca que nunca se derrumba.

El camino no fue fácil: sol intenso, largas caminatas, mochilas pesadas, cambios de itinerario, lluvia inesperada en la vigilia de Tor Vergata (donde nos reunimos todos los jóvenes a vivir un encuentro con el Papa)... pero descubrimos que sacrificio viene de sacrum facere: "hacer algo sagrado". Y eso fue lo que hicimos: transformar cada incomodidad en ofrenda, cada paso en oración. Nada logró al final apartar nuestra mirada de lo que realmente importaba: confiar, tener fe y dejar que el Espíritu Santo nos regalara sus dones: la sabiduría para comprender su plan, el entendimiento para aceptar lo que no podíamos cambiar, el consejo para guiarnos mutuamente, la fortaleza para no rendirnos, la ciencia para descubrir su obra en nuestra existencia y el regalo de vivir, la piedad para vivir con ternura y junto a él aun en los momentos difíciles, y el temor de Dios para nunca alejarnos de Él.

Volvimos distintos: recorrimos un camino interior. Cruzamos puertas físicas y espirituales. Dejamos atrás miedos, prisas y egoísmos, y recibimos nuevas amistades, un amor más profundo por Dios y la certeza de que, aun entre un millón de voces, Él escucha la nuestra. En medio de todo, Dios fue el verdadero guía, el motivo y la meta.


Redactado por Vanessa Fausto Vázquez
Budapest, 2025.08.08

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